Fue mi primera maestra, quizás por
eso la recuerde más. Pero creo que no, fue
su dulzura, la entrega en cada día de clases, y esa capacidad enorme que tenía
para llegar al corazón de los niños y alojarse allí para siempre, lo que me
hace recordarla.
Cuando apenas despegaba yo unos
centímetros del piso, me enseñó el arte de descifrar las letras y abrió a todos
las puertas del mundo de los libros, esos amigos que, con su modesta
intervención, nos extendieron la mano, pues fue ella la primera en descifrar esos raros códigos que nos
separaban de entender un cuento.
Cuando hablaba con esa voz dulce de
maestra, hasta el más inquieto callaba. Ella era la musa de los cuentos. De su
boca llegaron las historias de La Edad de Oro, Nemesia, La cucarachita Martina,
Ricitos de Oro. Y aunque a todas llegué a memorizarlas, prefería su
narración melodiosa.
Sus enseñanzas fueron más allá de
las vocales, los colores y los primeros números. Nos enseñó a compartir, a
saludar, a portarnos bien y era de esas que acompañan a los niños a tomar agua
y al baño, como si fuera una mamá,
para que no les pasara nada. De hecho, no pocas veces a algunos se nos escapó
un «mamá» cuando la requeríamos para algo.
Con celo guardo una tarjetita que
entregó a cada uno de nosotros al terminar el preescolar. Es como mi pequeño
tesoro. Una constancia de que esa maestra a la que todos querían fue un día Mi maestra.
La recuerdo frente al franelógrafo,
o al componedor —gigante entonces—, o recortando figuritas, o contando un
cuento, o mejor, saltando a la par nuestra en las clases de Educación Física,
haciendo las veces de conejito y otras de ranita o de canguro, siempre con la
sonrisa y el beso a flor de labios.
Muchos profesores le sucedieron y
abrieron otras puertas a otros mundos de conocimiento. Pero Barbarita fue especial, como lo deben ser para
todos los niños sus primeros maestros. Hasta después de haber pasado por su
aula, estaba pendiente de nuestras vidas y de cuánto nos ocurría.
Desgraciadamente ya no está. Hace
algún tiempo dejó la escuela y también este mundo, pero para muchos de los que
pasamos por sus aulas, seguirá siendo esa mujer toda ternura que un día quiso
ser mamá de todos y enseñarnos a dar los primeros pasos de nuestras vidas.
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