Texto y Foto: Adianez Fernández Izquierdo
Desde el primero
de octubre de este año Judith Martínez sabe de desvelos; vive pendiente al
teléfono, esperando un timbre o un mensaje de su esposo Jorge Martínez Cruz,
uno de los colaboradores cubanos en la lucha contra el ébola. Espera ansiosa
alguna señal, para saber que está bien y terminó satisfactoriamente otra
jornada de trabajo en Sierra Leona.
Como el resto de
los familiares siempre está atenta a las noticias, preocupada por las
condiciones de trabajo allá, por el médico Félix Báez, y pendiente
siempre de que encuentren alguna cura para tan terrible epidemia.
Como también
trabaja en el sector de la Salud, a esta licenciada en enfermería y supervisora
en el policlínico 1 de San Antonio de los Baños, no le son ajenos los peligros de
esta misión, la quinta en la que él participa, pues como miembro del
contingente Henry Reeves ya estuvo en Guatemala, El Salvador, Haití y
Venezuela, siempre en condiciones difíciles, ante epidemias o desastres
naturales.
«Cuando llegó la
noticia de la misión fue muy difícil asumirlo, tantos para sus padres Jorge y
Miriam como para sus hijos Jorge Víctor y Javier y para mi, pero sabemos que él
es cuidadoso. Cada vez que manda una foto su mamá la saca y se la enseña a los
demás, y está muy atenta a las noticias. Él nos aseguró que regresará sano y en
eso confiamos».
A kilómetros de
distancia, esta pareja, con solo tres años de casados, intenta mantener la
comunicación. «Siempre nos hablamos, aunque sea por poco tiempo. Yo calculo sus
horas de descanso y lo llamo o le escribo. A veces nos mandamos fotos, y
siempre trato de hablarle de cosas agradables, de la puerquita de la casa, de
las matas de calabaza y de guayaba que
ya tienen flores, para hacerle agradable ese momento.»
Gracias a este
intercambio frecuente Judith sabe que está en un buen hospital, con excelentes
condiciones, pero ha visto y pasado por muchas cosas, y hasta otras que tal vez
no le cuenta para no preocuparla. «Le impactó mucho una niña que llegó enferma,
sin familia, pues ya todos habían muerto de ébola, y de los de allá nadie
quería atenderla, solo los cubanos lo hicieron; por suerte, la pequeña no
estaba infectada y se salvó.»
Ambos agradecen la
solidaridad de todo el pueblo. «A Jorge le escriben mucho por correo y él trata
de responder siempre y retribuir todas esas muestras de cariño y de
preocupación. Igual a mí me paran por la calle para mandarle saludos y suerte.
Es increíble cuánto la gente aprecia su labor».
Ella sabe que se
cuida, pues siempre ha sido impecable, todo de completo uniforme, cuidadoso,
tanto en la casa como en el trabajo. Además, ella vivió los días difíciles de
la preparación previa, cuando Jorge ensayaba con la escafandra que le dejaron
llevar para la casa. «Una vez, mientras se cambiaba, se equivocó con un guante
y me dijo, <mira, si hago esto allá, me embarco>».
La enfermedad de Félix, quien ya está de regreso en Cuba, aumentó el temor de todos. “A ellos también les sorprendió, y nos llenó de más incertidumbre a
los familiares. Cuando él lo supo no me lo dijo, pero me mandó un mensaje corto;
decía <Muchos besossssssss>; eso me pareció extraño, parece que esa fue
su reacción”.
También Adriana,
la hija de Judith, a sus 12 años sabe de la grandeza de este médico; por eso
cuando le pidieron en la escuela hablar de su héroe favorito el elegido fue
Jorge, a quien llama el ángel blanco del continente negro. Y le dice que Sierra
Leona le ha hecho bien, porque está más amoroso.
Y es que sin dudas
la lejanía les llena de nostalgia el corazón, pero saben que en Cuba, una
familia pequeña y otra grande les esperan con los brazos abiertos.
Hoy Jorge es el
héroe de Adriana, de sus hijos, de sus padres, de Judith y de todo el mundo,
porque arriesgando su vida ha sido capaz de llegar hasta uno de los rincones
más desfavorecidos del planeta para intentar controlar una epidemia que, de
expandirse, podría tener consecuencias incalculables.
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