lunes, 31 de marzo de 2014

El noble empeño de hacer parir la tierra



En pleno corazón del Vedado le nació el amor por la tierra sin saber siquiera por qué. Su mamá decía que del Almendares para allá todo era campo, pero Violeta Puldón Padrón añoraba ser Ingeniera Agrónoma aunque el mundo entero quisiera lo contrario. «Cuando llegó el momento de elegir una carrera mi única elección fue esa. No quería nada más. Por esos días era un manojo de nervios y no estuve tranquila hasta obtenerla.»
«Me gradué en 1987 en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana. El campo me encanta y la Agronomía es una carrera muy completa: te enseña cómo sembrar y obtener una buena cosecha, y también comprende una serie de asignaturas que complementan su línea fundamental: obtener alimentos.»

Tanto amor siente Violeta por su profesión que la compara con tener un hijo. «Se siente una como madre cuando siembra un semilla, pues la ves crecer, estás pendiente de su alimentación, de si está enferma, si necesita agua, fertilizantes, y finalmente ves el fruto y percibes la utilidad de tanta dedicación.»
Aunque inicialmente laboró en el azúcar, se ha dedicado por más de dos décadas al trabajo con granos, fundamentalmente con el arroz, pues labora como directora científica del Instituto de Investigaciones de Granos, anteriormente Instituto de Investigaciones del Arroz.
«El trabajo en el Instituto me dio otra visión. Ya no es solo producir alimentos, si no también investigar, para hacer las producciones más eficientes y a la vez más nutritivas, en dependencia de las necesidades de la población.»
Esta apasionada del campo confiesa sentir a veces su profesión relegada. «Siempre hablo de Agronomía, porque se le da mucha importancia a la Informática, a las carreras relacionadas con la Salud y la Educación; y no niego que son importantes, pero al final todos tenemos que comer, y quienes garantizamos los alimentos somos quienes estamos pegados a la tierra. Duele ver cómo hablan de ciencia y presentan siempre batas blancas y laboratorios, olvidando que también se hace ciencia en el campo.»
Esta es, a su juicio, una de las posibles causas por las que es difícil encontrar jóvenes inclinados por estudiar carreras de perfil agropecuario, tan necesarias en una provincia eminentemente agrícola.
«Los muchachos deben percibir un reconocimiento social hacia esa labor, y también hay que llegar a las aulas, intercambiar con ellos y mostrarles cuán útil es el oficio, traerlos a los institutos, llevarlos a las empresas agropecuarias y cambiar la imagen de estas, porque cuando un joven llega y ve un lugar deslucido, despintado, entonces pierde la motivación. Hay que mostrar en los medios a agrónomos destacados, en sus fincas y dignificar un poco la profesión, de modo que le nazca al muchacho ese amor por la tierra, porque las computadoras y la tecnología hacen falta, pero somos un país agrícola, con poca capacidad para importar y necesitamos hacer producir la tierra.»
«Urge cambiar esa imagen del trabajo en el campo como algo duro, ligado al Sol y al sacrificio. Aunque esas cosas son ciertas, es preciso ahondar en las satisfacciones que le puede dar a un ser humano labrar la tierra, sembrar y obtener frutos.»
Contrario a Violeta y a su esposo, ambos ligados a la Agronomía, sus dos hijos escogieron caminos diferentes. Incluso el varón, en cierto momento inclinado por el trabajo de sus padres, decidió ser ingeniero civil.
No obstante, esta mujer continúa en campaña constante a favor de su profesión, y no pierde la esperanza de reclutar jóvenes para emprender junto a ella el noble empeño de hacer parir la tierra.

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