Eloísa Bocourt Vigil le cambió el
color a la ladera de una montaña. Hace unos meses el patio de la casa que
habita se le quedó pequeño, y quizás fueron las mismas plantas que con tanto
cariño cultiva las que le pidieron más espacio, o la necesidad de buscar un
empleo para toda la familia que le garantizara trabajo e ingreso a su esposo y
su hijo.
Entendiendo la necesidad de
potenciar en el país el empleo de la medicina natural, la exmaestra Eloísa
comenzó a edificar su finca de plantas medicinales el tres de octubre de 2013 y
sigue empeñada en crecer, en diversificar sus producciones.
Cuenta la sencilla mujer que «ese
terreno estaba al lado de la casa, a orillas de la carretera y ya se había
tornado un marabuzal feo y lleno de basura. Había tanto marabú que hemos sacado
unos 90 sacos de carbón.»
Así que no lo dudó, acudió a su
municipio a pedir el terreno y, desde que le fue concedido, trabajar es el
empeño de los miembros de la familia; incluso hasta el hermano y los cuñados
colaboran cuando pueden, así como los pequeños de la comunidad que pertenecen a
un círculo de interés, y un joven que está a punto de entrar al Servicio
Militar.
Aunque su finca Tres Palmas se
precia de ser de plantas medicinales conviven en armonía la caléndula, el
jengibre, la manzanilla, la sábila y la pasiflora con plantas de guayaba, mamey
de injerto, guanábana, mango, melocotón, cereza, piña, y cuanta fruta encuentre
para sembrar.
Más de cien peces crecen en una
pequeña laguna dentro de su finca, y tiene un pedazo sembrado de café, porque
bajo su sombra es que mejor se da el jengibre en esa zona. Y experimentó ya con
pepino, para probar si la tierra era buena para cultivarlo.
Todas las labores las realiza sin
descuidar a sus otras plantas, esas que desde antes albergaba en el patio de la
casa, así que las orquídeas, helechos, rosas, lirios y cactus no han sentido
envidia de las nuevas inquilinas, porque Eloísa parece ser incansable, y mientras
más trabaja mejor y más revolucionaria se siente.
Ahora anda preocupada por almacenar
agua para regar sus plantas en tiempo de seca, y sueña con ver los frutos de
sus plantas para también hacer un puesto de venta o de jugos. Y habló hasta de
un convenio con la secundaria cercana para que los estudiantes cumplan con su
etapa de trabajo en el campo en las áreas de su finca.
Eloísa deja en todo el sello de la
mujer, porque ha decorado su pedacito de tierra con encanto y dulzura, cual si
fuera una casa al aire libre, llena de flores, limpia y pintadita. Las frases
de Martí estampadas en las piedras revelan la impronta de la maestra, solo que
ahora no imparte clases frente a un pizarrón, sino labrando la tierra y
sembrando con sus propias manos.
Tengo la impresión de que si voy
dentro de unos meses no voy a reconocer el lugar, porque se que ella habrá
trabajado más, y será más lindo y cautivante ese pequeño paraje de la geografía
artemiseña. Quizás entonces sus abejas se hayan marchado, celosas de ver a esa
familia laborando con más empeño que ellas.
De seguro por estos días, cuando
reciba la visita del Grupo Nacional de la Agricultura Urbana
y Suburbana, recibirá muchos elogios, y hasta recomendaciones para ser mejor.
Pero el mayor premio para Eloísa es subir a la parte más alta de su finca,
contemplarla, idearle nuevas plantas. En sus manos está la fuerza para seguir
trabajando, y en su corazón el empuje para hacer de su fina un referente a
nivel nacional.
Fotos: Otoniel Márquez
No hay comentarios:
Publicar un comentario